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La crisis ocasionada por la pandemia de coronavirus causó una de las disrupciones sociales más grandes del último siglo. El mundo debió enfrentar un desafío para el cual no estaba preparado. Sus sistemas colapsaron y mostraron su enorme vulnerabilidad para adaptarse al nuevo contexto. La provisión de servicios esenciales no siempre fue igualitaria, afectando funciones básicas de los sistemas, como garantizar la inclusión y la equidad: el concepto mismo de humanidad quedó desafiado.
Esta realidad atraviesa la educación y emerge no sólo ante una pandemia, sino también frente a otros contextos adversos, como los desastres naturales, conflictos armados, crisis políticas o migraciones masivas. Esto genera una situación tan paradójica como desfavorable: los sistemas educativos se saturan o no logran dar respuestas en circunstancias en que la educación misma resulta fundamental para mitigar la crisis.